Berbel de Canarias

 

Tenía los ojos de color café

y el sabor de unos granos molidos,

el aroma delicado de un sueño

y el deseo perdido en mis brazos.

Aquel manjar en tacita de barro

que llegaba rozando a mi boca

con el tacto antiguo y seco

de la memoria del tiempo.

Ay, aquella calidez,

aquel olor a intensidades líquidas

en las encrucijadas de mi mapa,

en todos los silencios del mundo.

¿Dónde fuiste a parar

que no te encuentro?

¿Cómo beberme otro café sin tí?

Y sigo, sigo recorriendo altares, buscándote,

bebiéndome los ecos de la vida y los recuerdos,

despistándome, luchando como siempre

y preparándote, preparándote un café,

aún pensando que cuando llegues

ya esté frío.


Adela L. Bruno 

 

El café me ha acompañado tantas mañanas de insomnio

dándole vida al nuevo día…

Su calor ha sido tantas veces el primer abrazo,

la taza humeante todo lo que podría ser…

 

Y ahora, en este camino de doble sentido que es la vida,

nos convoca en una ruta de almas sensibles.

Hermosas danzarinas, voces que acarician,

miradas limpias con “ojos abiertos que no quieren ver”.

 

Una de nosotras, a la que no voy a nombrar por bruja,

comparte su poción mágica hecha con borras y posos de café

 

Yo, bruja también, no me iba a quedar sin probarla;

agua caliente que corre jocosa por mi piel morena,

arrastro sobre mi cuerpo un puño de aquello que quedó,

después de habérmelo bebido todo

 

Mientras lo hago, desprende todo su aroma,

 deslizo para que no quede un solo rincón sin su efecto

y mi cuerpo queda casi cubierto de una arenilla oscura

que  lo prepara, ya ofrecido, para el amor.

 

 


Olivia Falcón

 

De todas las muñecas que tuvo retiene, en su memoria, sólo a dos. 

A algunas las dejó  con grave problema de alopecia; a base de jugar a peluqueras. Otras no se las dejaban tocar, salvo en Reyes. El resto de los días pasaban a formar parte de la decoración del techo de los roperos; acumulando polvo como años. 

Una de las que recuerda era blanca y rubia con un bebé en los brazos; caminaba dándole cuerda. 

La otra vino más tarde, era negra, sentada en una silla con un pañuelo anudado a la cabeza y con canción incorporada, "Moliendo café", (sus padres le demostraron que no importaba el color, ni la condición).

 


Margarita Otero Solloso

 

Llovía café en mi lucha del día a día

escuchando las notas de Juan Guerra,

y aunque no comprendía lo que encierra,

me animaba esa alegre melodía.

 

Mi infancia de café estuvo vacía,

lo tenía por dañino y prohibido,

y nunca me tentaba ese fluido,

así que pocas veces lo probé.

 

Hasta que un día me pediste aquel café,

y viste que no había cafetera,

y me miraste amor, de tal manera,

que quise que lloviera para ti.

 

A mí me gusta frío, me dijiste,

para menguar el fuego que encendimos.

Después de tantos besos que nos dimos,

no lo puede enfriar ni un iceberg.

 

Pero ahora y por siempre allí te espera

un café en mi nevera.

 

 

 


Yolanda Díaz

 

Arucas nos regala, 

en su recorrido pétreo, 

la poesía visual que decora su espacio, 

lugar idóneo para creer en el valor emotivo de un poema, 

compartido en amistad

ante el desfile aromático 

que propicia un buen café.

La magia del entorno 

multiplica el renacer de los sentidos, 

baño espiritual estimulante

que invita a transitar con holgura

por el vicio de escribir.

Sentimiento al servicio de la voz 

que recita, 

alzada en la grandeza 

de aspirar los beneficios

que aporta la palabra. 

 


Julieta Martín Fuentes  

 

Desnuda y en carne viva

con posos del café a puñados

araño en mi cuerpo 

que no siente nada aún, 

las olas solo baten

en la roca.

Pero el aroma. 

Ay, poderoso embrujo. 

En la celda ahora 

la atmósfera es habitable.

Respirarlo paraliza mis manos. 

Ahora anhelo acariciarme

en ese abrazo dorado. 

Así abro también los labios

y recuerdo por qué

los nudos se deshacen

despacio

y con atrevimiento.

Así fue como el café 

acabó con la oscuridad, 

la jaula, 

los hilos, 

el sabor a muerte... 

Regresó la pasión viva 

que rompe en llanto.

 


Julio C. González Padrón

 

AMOR CAUTIVO

 

Existe todo un gran océano entre su esquiva alma y la mía.

Navego sin rumbo cada día con nuestros corazones perdidos en las saladas pleamares.

Mientras disfruto de una taza de café negro y amargo que nos une. 

Los días del  caluroso verano van quedando atrás, como prisioneros del pasado.

 

Y en nuestra vieja charca de las Salinetas, no nos volveremos a sumergir. 

La arena rubia  de sus fondos no guardarán más nuestras huellas.

Solo la humedad marina permanecerá ahora presente en ella. 

Pero pasado el estío,  junto a la misma taza de café negro y amargo, seguiré de su amor  cautivo.

 

¡Qué cosas!